Se cumplen hoy diez años de la muerte de Oscar Alvarado, empresario de Saladillo que partió a muy temprana edad, a los 50 años, en la lejana Ushuaia, lugar que había elegido para tomarse un descanso por unos días. Sus colegas y colaboradores más cercanos lo definen hoy como un visionario y un adelantado a su tiempo. Un líder nato.
“Hay personas que dejan una huella. Cuando ya no están se los recuerda, pero no para quedarse en la nostalgia o venerando el pasado, sino para destacar cuánto de su trayectoria ilumina el presente y permite reflexionar sobre el contexto en el que se desenvolvieron”, resumió el periodista de La Nación, Cristian Mira.
Como productor comenzó a trabajar en campos de cría de su padre en la cuenca del Salado. “Podría haberse conformado con administrar esa herencia. Pero no lo hizo. Desarrolló un planteo de engorde de los terneros y luego instaló un autoservicio en Saladillo donde se vendía carne de los animales producidos”, recuerda alguien que lo conoció bien.
Poco a poco fue descubriendo posibilidades para crecer, como el arrendamiento en campos de terceros. Junto con otros productores del oeste de la provincia de Buenos Aires creó El Tejar, que años más tarde se convertiría en una empresa agroindustrial que sembraba unas 120.000 hectáreas por año en la Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Uruguay y Paraguay. “Pensaba en una compañía agropecuaria global de clase mundial”, recuerda uno de sus colaboradores.
Claramente, Alvarado fue uno de los empresarios agropecuarios que lideró el proceso de trabajo en red, con contratistas, empresas de insumos, servicios financieros y pymes de distinto tipo. En un país normal, empresas como El Tejar, reciben el respaldo de los gobiernos donde actúan, no como prebendas, sino para que puedan dar el salto a su internacionalización y generar oportunidades de inversión y trabajo para los argentinos.
Las Cargill, los Bunge y los Louis Dreyfus de este mundo comenzaron como empresas familiares. Pero no ocurre eso. Padecen la inestabilidad de las reglas de juego y, en algunos casos, la hostilidad de los gobiernos de turno. El propio Oscar Alvarado la sufrió en carne propia. Por apoyar la lucha contra la 125 en 2008 fue atacado por el entonces secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno porque creía que financiaba a los autoconvocados.
En su rol de dirigente, Alvarado formó parte del CREA Roque Pérez Saladillo y ocupó distintas responsabilidades en el movimiento, hasta llegar a ser presidente de Aacrea, entre 2007y 2009. Desde allí, impulsó la construcción de “capital social”.
En su gestión, recuerdan sus excolaboradores, desarrolló programas de responsabilidad social empresaria para la formación de líderes comunitarios y de proyectos educativos como EduCREA. También fue miembro de la regional Aapresid Centro Sur II, presidente de la Asociación Argentina de Girasol (Asagir) y director de Bioceres, compañía argentina líder de biotecnología. Hablaba de generar confianza.
“En el plano de las relaciones laborales, Oscar impulsó el concepto según el cual las empresas deben ser un ámbito para el desarrollo integral de todas las personas”, recuerda hoy uno de sus amigos. Él mismo decía que las empresas “no son solo un medio para generar dinero y cumplir sueños, sino que deben colaborar en el crecimiento de todos sus integrantes y de la comunidad en la que se insertan”. Para sus colaboradores, Alvarado “siempre tuvo como centro a la persona y creía que se pueden hacer buenas empresas sobre buenas personas y buenos principios”.
En una entrevista que brindó a este cronista en 2007, cuando se le preguntaba por la creciente demanda mundial de alimentos que le daba una gran oportunidad a la Argentina, respondía: “El reto es convertir esa oportunidad de negocios en conseguir una mejor calidad de vida para todos. Para eso se necesita un Estado que genere un marco institucional que promueva la capacitación, la inversión y las ganas de construir empresas.
Desde la sociedad civil, hay que aprovechar la oportunidad para construir empresas, no negocios”. Sin pretender demonizar a los negocios, explicaba que las empresas se definían como un grupo de personas compartiendo valores, “detrás de un sueño compartido” y que el objetivo final de una empresa “es conseguir el bienestar de todas las personas vinculadas a ella”. En ese entonces, para Alvarado había algo claro “en la Argentina sobran negocios y faltan empresas; si no, no tendríamos esta situación de pobreza, inequidad y falta desarrollo”.
Alvarado también creía que el agro debía mejorar su relación con el resto de la sociedad, buscando otras formas de comunicación. “Parece que bailamos entre primos”, decía, entre risas.
Liderazgos como el de Oscar Alvarado, y el de tantos otros dirigentes y empresarios del agro, marcaron un camino. Se trata de tomar ejemplos de quienes abrieron nuevos horizontes.