Opinión | “Si Tato aún viviera…”

Experiencia de un viaje a Buenos Aires.

Al lado de mi escritorio, en mi casa, tengo un pequeño poster de Tato Bores que hice y puse junto a una foto de la bandera argentina y mi título de Comunicador Multimedial. Es cierto, yo era muy chico cuando Tato se fue de gira, un 11 de enero de 1996. En ese momento, yo tenía apenas cuatro años.

A Tato lo descubrí de adolescente, cada tanto que con mi abuela chusmeabamos el canal Volver y aparecía él, inconfundiblemente de frac, peluca y habano en mano rodeado de teléfonos. Es verdad que al principio me costó tomarle la mano a la velocidad de sus monólogos, pero con el paso de los años iba entendiendo cada vez más ese lenguaje de barrio mezclado con algunos términos del lunfardo que también aprendí en casa.

Siempre me venía a la mente cada vez que pasaba algo en la vida, ahí estaba el comentario certero como dardo al centro de la diana para ilustrarnos la realidad.

El pasado 30 de noviembre me tocó hacer un viaje de trabajo a Buenos Aires, ciudad que siempre me gusta visitar. Esa mañana me quedé en el “Bar de Julio”, en Diagonal Norte y 9 de Julio, con el Obelisco de fondo tomando café, mientras sonaban unos clásicos tangos con sonido a vieja vitrola y con ese aire porteño tan característico. Y después de trabajar, me fui a ver el partido al Fan Fest de Palermo, el de Argentina contra Polonia del Mundial.

Cuando volvía en un taxi de ver el partido, acompañado por otro colega de otra provincia, el conductor que tenía unos buenos años encima empezó a charlarnos, preguntándonos de donde éramos, a que nos dedicábamos, sobre la ciudad, la visita, del partido y los festejos de Argentina, pero también de política.

En eso hablamos de lo que se habla siempre en charlas así: los políticos y la corrupción. Y en esa charla le recordé una frase de Tato: “Vos podes ir en cana por cualquier motivo, incluso podes ir en cana sin ningún motivo, pero por corrupto jamás”.

“¡Ja, Tato Bores! ¡Qué grande!”, me dijo el tachero. Luego se quedó en silencio dos segundos y me miro por el retrovisor con gesto extraño. “¿Pero vos pibe, cuantos años tenés?”, me preguntó incrédulo. “31, señor”, le respondí.

Me siguió mirando con ese mismo gesto que de extrañez pasó a sorpresa. “¡Y conoces de Tato! ¡Qué bárbaro!”, me dijo con alegre nostalgia. Y mientras recordábamos entre risas otras icónicas expresiones, en ese intercambio mientras esperábamos que el tránsito avanzara lentamente en una céntrica calle porteña y en medio de los festejos de la clasificación de Argentina, salió una frase que también la escuché muchas veces: “Si Tato aún viviera… se los come crudo a todos estos”.

En el adentro, pensaba: “Y si, se los comería enteros, se haría un festín con nuestra dirigencia política”. Pero también: “Si aún viviera, si se los comería crudos, quiere decir que nada cambió”. Porque claro, los monólogos tenían su reflejo en la realidad, aunque fueran humor. Nunca está de más reírnos de nuestras propias desgracias, pero hace más de 60 años que Tato hablaba de estas cosas.

En 60 años no cambió nada, al parecer. El Actor Cómico de la Nación también nos lo advirtió en uno de sus últimos monólogos: “Cambian los pecadores, pero los pecados no. Los intendentes y concejales son distintos, pero las cañotas son las mismas. Los ministros y funcionarios entran y salen, pero la corrupción firme. Los legisladores se renuevan, pero los bochornos siguen. Los presidentes pasan, pero las calamidades quedan. Lo que no cambia es la gente del Populorium, siempre la misma y siempre jodida”.

Es cierto que sus guionistas eran simplemente unos genios. Expertos claramente en interpretar la realidad argentina como algo que se mantiene en el tiempo, como algo inalterable. Y esa es la principal sustancia de esas piezas de humor político que se convirtieron en atemporales, a pesar de su contexto original.

Porque los nombres pasan y algunos siguen, pero las tradiciones parece que se cumplen a raja tabla. Eso es lo más triste. Porque actitudes como la deslealtad, la traición, el egoísmo, el menosprecio, el apriete, el robo, la burla, el cinismo, la arrogancia, la viveza vil, y la mediocridad siguen firmes como marca registrada de nuestros dirigentes. Y mientras nosotros, los giles, cansados de que nos den el chupete cambiado seguimos soportándolo.

En el viaje de vuelta hacia Saladillo me quede pensando, revolviendo pensamientos. “A lo mejor está bueno que recordemos a Tato y sus dichos para seguir entendiendo este complejo mundo que encierra el ser argentino”, me decía. Y luego apareció esa frase que dijo en su famoso Monologo 2000: “A los políticos y a los funcionarios: Si siguen haciendo las cosas que están haciendo, yo voy a estar acá todo el tiempo posible para seguir jodiendo”. Y me quedó claro, Tato sigue vivo.

Exequiel Pelufo
Diario La Mañana – Saladillo